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LA VIRGEN PRUDENTE 225 lado y, exhaladdo de su pecho un dulce suspiro, me contó la peregrina historia de sus divinos amores. «Joven y niña cual soy, una mañana al despertar la aurora, mi aya me sacó al campo para que contem- plara con ella las grandezas del Creador. El sol asomó en el oriente, y las aves le saludaron con dulce melo- día. Sus rayos descomponían en hermosos cambiantes las gotas del rocío que titilaban ufanas en los pétalos de las flores: tendí mi vista por la amena vega y excla- mé: ¿Quién hizo cuanto en torno nos rodea? Al agua pura del undoso arroyo, á esta hermosa pradera, á esta brisa, á estas plantas, ¿quién aliento les dá? ¿quién les da vida? ¿Quien hizo aquestas flores? ¿quién con belleza tanta armonizó sus hojas, sus colores, su verdor, su her- mosura y su fragancia? Y mientras yo aspiraba el aro- ma de una rosa, mi aya me decia: «Mañana lo tendrás en tu corazón, hija mía. Conságraselo todo; ámalo con anhelo y serás dichosa, con dicha incomparable.» «El nuevo día llegó: los ángeles de paz debieron ro- dear mi lecho, durante la noche anterior porque entre sueños percibí el eco de unas voces que en silencio mur- muraban: Ella duerme, pero su corazón vela. Cuando desperté de mi sueño empecé á prepararme temerosa para recibir al Amado de mi corazón. Lavé mi alma con el agua “saludable de la penitencia, mezclada con lágrimas de mis ojos; la adorné como supe con las joyas de santos afectos, y me acerqué al Sagrario. A poco

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