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LA VIRGEN PRUDENTE ás y todo era allí apacible y delicioso, el clima, el aire, la luz,el cielo y las aguas que corrían entre árboles y flores. Apenas se oía más rumor que el alegre murmullo de los arroyuelos, Ó el susurro que formaban las copas de los árboles mecidas por el viento. Jamás creí que el cami- no de la penitencia atravesara regiones tan encantado- ras, y por eso me senté á contemplar su hermosura al pié de una alta roca. Estando, pues, sentado y absorto en la contempla- ción de tanta belleza, llegó á mis oídos el acento de una voz humana, muy parecida al quejido de una tórtola, cuando pierde el casto compañero de su vida. Y la voz se quejaba de este modo: ¡Ay Jesús de mialma! ¡qué larga es tu ausencial ¡qué dura tu separación! Cruel tristeza oprime al alma mía, cuando recuerda aquel día feliz'en que me hablaste interiormente, diciéndome qne sería la esposa de tu co- razón. Entonces yo te dediqué mi vida, te consagré mi amor, y me ofrecí por tuya. Tú mandaste al Angel de los consuelos que velara mi sueño para que no lo tur- baran las sombras de la noche; Tú me decías entonces palabras que aún resuenan dulcemente en mis oídos: y ahora... ¡ay! ¿para qué me atormento pensando en mi pasada felicidad? Yo era dichosa con tu presencia, y eso me hizo dejar el mundo por seguirte: y te seguía como el corderillo á su inocente madre, como el pichoncillo á la paloma que á volar le enseña. Al llegar á este bos- que te separaste de mí, desapareciste á mis ojos, que se anegan desde entonces en triste llanto, y ni vuelves Tú, ni viene el guía que ha de conducirme á tu morada. ¡Oh, qué amarga es la ausencia!
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