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999 LA VIRGEN PRUDENTE tomar ese camino. V.... se llamaba el uno, y $... el otro. Los tres emprendimos la marcha conducidos por un guía del cual conserva mi alma gratísimos recuerdos: se llama como el más venturoso de los hijos de Jacob. Poco tiempo llevábamos de camino, cuando ví cum- plida al pié de la letra esta sentencia del Evangelio: «Los postreros serán primeros, y los primeros serán últi- mos.> El último de nosotros se dió tanta priesa Á caminar que en pocos días llegó al término del viaje; su alma voló al Cielo, donde está rogando por nosotros y ani- mándonos con su ejemplo: su cuerpo lo dejaremos se- pultado en el valle de la Encina, y allí espera la resurrec- ción de la carne. Mi compañero y yo seguimos el mis- mo camino, aunque no siempre íbamos juntos; pero la providedcia que nos exigía el sacrificio de la separación, á veces nos juntaba en ciertos sitios para comunicarnos en él las impresiones de nuestro viaje. Desde entonces me consideré como peregrino y ex- tranjero en esta tierra de llanto, y caminaba solitario por la senda deliciosa de la penitencia. Son tan pocos los que van por ella, que á veces se nos pasaban largas temporadas sin encontrar siquiera un peregrino que sa- ludar. Por fin encontré á uno, muy versado en esos Cca- minos que llaman de perfección, y él me dijo que iba bien dirigido; que siguiera por allí, porque aquella sen- da al atravesar no sé qué desierto, se cruzaba con el camino de la inocencia. Con esta dulce esperanza seguí mi camino. Y soñaba que iba por una hermosa pradera rodea- da de montañas. En ella reinaba un silencio profundo,
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