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216 CONVERSACION DE ANGELES Simeón que pedía á Dios le dejara descansar en paz, porque había nacido el Salvador del mundo. Y como si la palabra descansar hubiera designado el término de mi paseo, me senté al borde de aquel sen- dero alfombrado de florecillas, entre cuyos aromas se percibía el de la violeta y el de los primeros lirios del campo. Temiendo que el sol me dañara, trasladé mi asiento al pie de una corpulenta encina, en cuyas ramas revo- A IÓ loteaba alegre bandada de pajarillos, como presagiando en aquel día los próximos de la hermosa primavera. Hubo un momento en que mi alma soñadora quiso volar y lanzarse á los espacios, y otro en que incliné-la cabeza y cerré los ojos, como si el sueño quisiera acari- ciarme. Entonces of hablar cerca de mí; puse atención y es- | cuché este peregrino é interesante diálogo, que ha deja- s do recuerdo eterno en mi alma: —¿De dónde vienes, compañero? —De consolar á una familia llena de tribulaciones. — Pues yo vengo de presentar al Eterno las oOracio- nes de un pueblo, que ha obsequiado hoy de corazón á nuestra Reina, acompañándola en espíritu al templo. —¡Ah! ¿Te acuerdas tú del día en que se celebró ese misterio, y lo que después sucedió? —¿Pues no me he de acordar? Apenasle dijo Simeón —* | á la Madre, que su Hijo sería signo de contradicción, y ol que su propia alma sería traspasada con cuchillo de do- | lor, los ojos de José se llenaron de lágrimas, el corazón | de María se cubrió de luto, y el mismo Niño divino se extremeció en los brazos del sacerdote.
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