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DE JUAN TIXAJA 913 onzas en su taleguito, envuelve los billetes en un papel, lo guarda todo en el arca, echa bien we, se la mete en el seno, pone la esa en su sitio, y se sale del en el seno, pone la mes en s t le del to muy disimulado. La familia se hizo también la desentendida; pero las hijas se volvieron de repente muy cariñosas, los hijos muy corteses, y los nietos y nietas muy modositos para con el abuelo. Este volvió á su amigo el dinero con el mismo secreto con que lo trajo; y un día, tam pués de comer, no pudiendo ya ag guntó la hija. -¿Parece que contaba Vd. dinero el otro día á es- tas horas? —¿Y o? No tengo un cuarto, ya os lo dí todo. —Pero señor, ¡si lo vimos nosotros! ¡Vaya! pues entonces no lo negaré, tengo ahí mil 3 a É " 4 duros; pero no son mios, porque con los tengo el tes tamento hecho, y se los he dejado á a ¡uel de mis hijos que me cuide mejor durante mi vejez. Quedóse muy serio, echándolas de gran señor, y no fué menester más. Desde aquel día anduvieron en com- petencia hijos, nietos, yerno y nuera, á ver quién le 1 galaba más. El puchero, el café, la cena, el almuerzo, la ropa, la cama, su cigarro, todo á punto: y el viejo, de- jándose regalar, y ojo al arca, que no la toquen. Llega el día de su muerte, júntalos á todos y les dice: «AhÍ dentro de esa arca está mi testamento con la herencia que dejo; y mando que no se abra hasta doce días des- pués de enterrado mi cuerpo, so pena de que pierda su herencia el que se atreva á tocarla antes. Así lo cum- plieron al pié de la letra; y al cabo de doce días, se reu-

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