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210 EL TESTAMENTO — NÓ, señora, sino muy mal pensado. —Pero, Padre, sison tan buenos para mí, que... — ¡No importa! V. misma los hará malos, si obra de ese modo. —Pero, señor, si la regla de la Orden Tercera man- s da, (vuestra reverencia sabe que soy terciaria de Nues- tro P. San Francisco, manda, pues, que hagamos testa- mento y dispongamos de los bienes oportunamente. —Y muy bien mandado, para evitar los males que suele tener dejar ese asunto para última hora. —Pues por eso quiero yo ahora disponer de lo que tengo, y dárselo á mis hijos. —Usted puede hacer lo que quiera; pero la regla que le manda hacer testamento, y. disponer de sus bie- nes, no le manda que se desprenda de ellos y se los dé á sus hijos; sino que disponga usted lo que ha de ser pa- ra cada uno el día que Dios la saque de esta vida: y en- tre tanto administre y disfrute V. los bienes que Dios le ha dado. —De modo que no es vuestra reverencia de parecer que dé mis bienes á Pascualico y Salvaora. —NÓ, señora. — ¿Y por qué razón? —Porque ahora, según dice V., son buenos, y se harán malos. —¿Y por qué se harán malos? —Porque le perderán á V. ese cariño que le tienen. —¡Ave María Purísima! Entonces merecerían... —Usted sería la merecedora de una paliza, si tal hiciera. —!Padre, por Dios! Vuestra reverencia me pone en
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