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LAS DESDICHAS MATRIMONIALES 197 —¡Eso es, y que él haga lo que le dé la gana, sin que yo pueda decir esta boca es mía! ¡Eso sí que no! —Pues entonces váyase V., aguante todas las pali- zas que vengan sobre sus costillas, y no se acerque más por aquí á quejarse niá pedirme consejo. ¡Jesús, que desgraciada soy! dijo la pobre mujer, 4 punto de llorar; y el inflexible Padre continuó: Por centésima vez le digo que V. tiene la. culpa de todas sus desgracias. Antes de casarse con Pascual, ya era él tan borracho como un mosquito, poco más Ó menos como ahora; conocía V. su poca educación, sus muchos vicios, su holgazanería y sus malas costumbres; pero él parecía buen mozo, no le faltaba garbo, y aún re- cuerdo que V. me dijo que tenía mucho salero y mucha sal para V.; y la sal el salero y el garbo fué lo que le mo- vió á casarse con él. Mil veces le dije á V. que no le con- venía ese hombre, sino aquel otro Juan que la pretendió y que está siendo hoy la felicidad de su esposa. Y us- ted me decía que este era un Juanjuan, que no sabía to- car la guitarra como Pascual; que era moreno y no te- nía el pelo ensortijado como Pascual; que no tenía tan- ta sandunga como Pascual; y sin hacer caso de mis con- sejos, se casó V.-á disgusto de su padre, que enfermó de un berrinche, y de la noche ála mañana, se le vió á usted al lado de Pascualillo, como si le corriera á usted prisa que le molieran las espaldas á garrotazos. ¿Y aho- ra viene á quejarse? Quéjese de sí misma, que tiene la culpa de todo. Usted decía que lo amansaría, como otras mujeres amansan á sus maridos, y él es el que amansa á V. poniéndole las costillas más suaves que un guante de seda: porque á los tres días de casados comenzaron las
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