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DEL REMORDIMIENTO 191 pesar de todo sigue oyendo el fatídico ladrido. Grita; llama á las criadas, acuden; le preguntan que tiene, y responde: una pesadilla, un susto, Se retiran, cierran la puerta, y el chirrido de los 56] goznes, Ó ipecito que da al entornarse, es para ella gc el ladrido acusador, que suena siempre en sus oídos, porque lo lleva grabado en su conciencia. Así anduvo la infeliz hasta que se volvió Inca; y en su locura huyó al campo y tomó por morada la «Cueva del remordimiento.» Allí todos huyen de ella y ella de todos, en especial de los perros, porque no puede oir la- drar á uno sin palidecer de espanto, y sentir que se le eriza el cabello. Si alguna vez los cazadores pasan por aquel sitio, sale ella enfurecida y medio desnuda, como salvaje del bosque, tirando piedras á los lebreles. —¿Qué le ha hecho á V. mi perro? —pregunta el ca- zador.—¿Por qué lo apedrea?—Y la infeliz contesta en su locura: ¡Embustero! ¡jembustero! me dice ¡asesina! ¡asesina! y quien la asesinó fué Malsemblante. Por estas expresiones de la desgraciada loca vinie- ron los naturales en conocimiento de su crimen, y á la cueva medrosa en que vivió y murió la llaman hoy «Cueva del remordimiento. > Remordimiento! fantasma horrible, espectro aterra- dor, qué eres? Eres por ventura una vana quimera de la imaginación, 6 una simple consecuencia del organismo a

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