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188 LA CUEVA bras. El tiempo estaba lluvioso, y se oía el medroso chirrido del viento, empujando las puertas; el caer acompasado de la lluvia, y el graznido de las aves noc” turnas refugiadas en los mechinales. Ni una estrella brillaba en el cielo; ni un farol alumbraba las calles de Pueblamala. En las altas horas de la noche sintiérohse tímidos pasos en el zaguán de la casa que habitaba doña Cle- mencía; no eran de fieras que buscaran allí abrigo con- tra las inclemencias del tiempo; sino de un hombre peor que las fieras, pues se aprovechaba de aquelias críticas circunstancias para que ellas le ayudaran á realizar su proyec tado crímen. El hombre penetró en la casa sigilosamente, y en- contró á la criada en vela sentada á la estufa; cambia- ron entre sí algunas palabras que llenaron de jábilo al demonio del homicidio: y con una lucecilla en la mano, después de registrar la casa, y asegurarse de que esta- ban solos, se dirigieron al cuarto de la anciana enferma, que á la sazón dormía. Las furias avivaron la sed de venganza que ardía en el corazón de aquellos infames; la codicia los cegó, y el diablo dió habilidad 4 sus manos para ahogar á la pobre anciana, sin lesionarla, ni dejar rastro ni leve señal del horroroso asesinato. S Durante él, la enferma abrió los ojos y dirigió á sus verdugos una mirada indefinible. Aquella mirada quería decir: ¡Infames! ¿Qué mal os hice? ¡Asesinos! ¡por qué me matais? ¿Angustias, así me pagas el haber hecho conti- go veces de madre, y haberte dejado heredera de mis bienes?

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