BCCPAM000535-2-21000000000000

172 LAS HUELGAS DE MAYO cando sus labios al oído de su consorte.—No le hagas Caso, que ese hombre debe ser algún pícaro tradiciona- lista. —¿Por qué lo dice V.? ¿por que canto verdades? Pues, señora, mondas y lirondas las diré siempre, que... aun- Aquí se interrumpió el sabroso diálogo, porque se oyó fuera una algazara mayúscula, un alboroto inmen- s0 y unos gritos descomunales que decían: «Viva la huelga! ¡Viva la jornada de ocho horas! ¡Abajo la bur- guesía! ¡Viva el socialismo! ¡Vivaaaaa!!! Doña Riqueta se envolvió en un mantón y se acu- rrucó en un rincón, toda asustada, fingiéndose enfer- ma: el señor de Haciendajena atrancó la puerta del sa- lón con una silla y yo me escabullí camo pude, á pro- seguir mi camino. Si en él vuelvo 4 presenciar otro lan- ce parecido á éste, ya cuidará de apuntarlo en las me: morias de sus peregrinaciones EL PEREGRINO DE LA CAPUCHA.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz