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6 LA GRATITUD diendo la barca por el costado opuesto, y al terrible vaivén caen al agua dos compañeros. No quiero acor- darme del grito angustioso, débil y sofocado por el mu- gir de las hondas que exhalaron, porque aquel grito me partió el corazón y me heló la sangre en las venas. No sabía si atender á ellos, á mi hijo, medio muerto de es- panto, 6 4 la barca, que ya se iba sumergiendo. Com- prendí que el peligro era inminente, que nohabía reme- dio posible, y empecé á quitarme la ropa. Cuando me ví el escapulario de la Virgen del Carmen en el pecho, este mismo, Padres, este mismo que ven ustedes aquí, decía esto el tío Lucas mostrando la estampa en la ma- no, las lágrimas en los ojos y la emoción en el semblan- te), cuando me lo ví, dije: ¡Madrecita mía, sálvanos, que perecemos! Y para que no se me perdiera nadando, me lo metí. por debajo del brazo cruzado al pecho á manera de banda. En esto noté que me faltaba apoyo bajo. los pies, porque la barca se hundía, abierta:en dos mitades. Me abracé á una de elias, y por un momento sentí que bajaba y que subía vertiginosamente entre angustias in- decibles, hasta que al fin pePí el sentido y no sé lo que de mí fué, ni que más pasó. Cuando volvf en mi acuerdo, ¿lo creerán ustedes? estaba en el convento de Regla, acostado en una cama, donde me cuidaban aquellos santos religiosos con el ca- riño de una madre. ¿Cómo llegué allí? ¿Por qué camino fuí? ¿Quién me llevó? ¡No lo sé! Lo que sí sé es que mi salvamento fué milagroso y que debí ser arrojado á la playa por la fuerza misma del oleaje, puesto que allí me encontraron abrazado á un trozo de mi barca. ¡Pero qué milagro! El cordón del escapulario se había enganchado
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