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166 LAS HUELGAS El Hotel de Roma destrozado, asaltado el Colegio de 5 a Compañía, incendiado el Círculo carlista; proclamada la ley marcial 6 estado de sitio, amenazando los pana- deros matarnos de hambre, y los zapateros dejarnos des- calzos, y unos y otros robarnos las pestañas..... en fin, el Juício final. ¡Qué barbaridad! El libertinaje crece, el populacho se impone, el socialismo amenaza, y los pro- letarios se juntan para tragarnos vivos. —¿Y quién tiene la culpa? —exclamó impaciente un joven que allí estaba: —¿quién tiene la culpa de eso más que ustedes los burgueses? Doña Riqueta enarcó los ojos, arrugó la frente, abrió medio palmo de boca, y no sabiendo qué respon- ponder, se asomó á la puerta del andén á ver lo que hacía su marido. Al asomarse tropezó con las narices de su amo y señor que entraba precipitadamente por la puerta, co- mo queriéndose ocultar de una turba de huelguistas que bajó de los coches de tercera para incorporarse con los de... ¡Cáscaras! — dijo á media voz—á este paso llega- rá un día en que nos comerán vivos! —Claro que llegará respondió el joyen—y enton- ces se hará justicia, y cada peseta volverá á su amo, y cada duro al pobre que lo ganó con el sudor de su frente. —Pues no es justo. ), Justísimo, como que es jus- ticia de Dios. No faltaba más, sino que ustedes robaran — ¿Que no? Eso es just: á mansalva y sobre seguro á la Iglesia de Dios, apro- piándose sus bienes, (que eran de los pobres), y que

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