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PEDID Y RECIBIREIS 149 —La penitencia va á ser cortita, porque está usted muy fatigado: va á rezarle tres Salves á la Virgen de las Angustias, Patrona de su pueblo. —¿La Salve? —dijo él mirándome fijamente y de- rramando gruesas lágrimas.—¿La Salve? No me acuerdo ya. Madre mía de las Angustias, ¿habrá perdón para mi? Y rompió á llorar, con el corazón encogido, como un niño. Yo me conmoví y le dije: —No se apure V., yo le ayudaré. Me arrodillé á los piés de la cama y añadí: —Figúrese V. que estamos en el hermosísimo ca- marín de la Vírgen, allá en Granada, y que comenza- mos á decirle: —¡Dios te Salve, Reina, Madre de Mise- ricordia, vida, dulzura!... —¡Ah, sí! ¡Ya me acuerdo!... ¡Vida, dulzura y espe- ranza nuestra, Dios te salve! ¡A tí clamamos los deste- rrados!... Y aquí un sollozo prolongado ahogó la voz en la garganta, después del cual prosiguió: —A tí suspiramos, gimiendo y llorando en este va- lle de lágrimas... Vuelve á nosotros tus ojos misericor- diosos... ¿Es así. Padre? — Así. ¡Ea, puesl. —Señora, Abogada nuestra, vuelve á nosotros... Y siguió solo hasta terminar, dándole á su voz las inflexión del cariño, del dolor y de la confianza. Des- pués agregó: —¡Ay qué oración tan hermosa! Mi madre me la enseñó teniéndome sentado en sus rodillas, y cuando

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