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148 PEDID Y RECIBIREIS con la sencillez de un niño mientras estrechaba la mía: —¿Entiende V. el español? ¡Sí, señor, que lo entiendo! -Yo deseaba hablar con un español que me enten- diera. —Pues aquí me tiene V. completamente á sus ór- denes. Pero ¿V. es español? —Sí, señor, y andaluz por más señas. —¡Ah, que dieha! ¡un paisano mío! —exclamó el po- brecito, —y empezó á besarme la mano, conmovido, di- ciéndome al mismo tiempo: Soy granadino; allí nací, y aquí voy á morir muy pronto, según aseguran los médicos; pero antes quiero hacer lo que hacen allá en nuestra tierra los buenos cristianos cuando llega su última hora. ¡Magnífico! —le contesté yo. Y él añadió: Hace más de treinta años que no me confieso ni oigo Misa. He sido un mal cristiano y un mal padre, y siento necesidad de reconciliarme con Dios, ya que no puedo con mi única hija. Aunque V.me ve así, tengo en mis venas sangre noble, un apellido ilustre y alta graduación en el ejérci- to español. Cuando los cantonales, tomé parte en una conspiración contra el Gobierno, y para librar la pelle- ja tuve que traspasar la frontera disfrazado de comer- ciante, y aquí he llevado por treinta años la vida que á V. diré en confesión, si tiene la bondad de escucharme. — Ahora mismo; empiece V. Y empezó... y terminó su confesión como una Mag- dalena. Entonces le dije:
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