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PEDID Y RECIBIREIS 147 Salí 4 la portería, acompañado de otro Padre, y pregunté á las | lermanas que venían á buscarnos sobre la vida y costumbre del enfermo. —Es un extranjero que chapurrea aleo el francés; J Í 5 parece haber sido hombre de fina -educación y buenos principios —me dijo una de las Hermanas. —Hace tres semanas—añadió la otra — que le admi- E timos en el Asilo por recomendaciones de una alta au- 3 toridad; el retraimiento de su carácter y las rarezas de é su edad, que es muy avanzada, le hacían poco amable y comunicativo con nosotras; y así, nada cierto podemos E decirle de su vida; pero desde luego podemos asegurar á V., que no es cristiano práctico, pues no ha querido cum- plir los deberes que la Religión le impone, hasta ahora que los médicos le aseguran que muere sin remedio. —Pues allá voy de seguida á ver si ganamos para Dios esa oveja extraviada. — Allá esperamos á ustedes—respondieron ellas. —Si no llegamas antes—repuso mi compañero, que me hizo señal para que lo siguiera. —En el nombre del Señor -dije yo, poniéndome en el umbral, y comenzamos á caminar por las hermosas calles de Marsella, haciendo algunos rodeos para apar- tarnos de las plazas públicas y centros concurridos de Aa población. > Cuando dimos vista al Asilo, las Hermanitas llega- ban á él; nos esperaron con la Buena Madre á la entra- da de la enfermería; ésta abrió el cuarto del enfermo, le dijo algunas palabras al oído, y me dejó sólo con él. Me acerco á su lecho, y, sacando él su mano de entre las sábanas, me la tiende con franqueza, preguntándome
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