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140 CARIDAD Pasaban los meses y Pedro no escribía, sólo se supo ido bien á Manila y que su batallón pronto iría en busca de los rebeldes 4 por su primera carta, que había lle g: las Órdenes del General Zabala. Caridad echaba muy de menos las caricias de su Chacho, y soñaba con él frecuentemente. Una noche que na, entró de re- pente en la sala preguntando á su madre: Mamá, el asomada al balcón, miraba la luna 1 Chacho está muy lejos? Sí, hija mía; lejísimo ¡miles de leguas! Y desde allí se ve la luna? —S. —Pero esta misma? Sí, mujer; dicen que cuando se pone aquí; co- mienza á salir por aquellas tierras, donde él está. Por- qué lo preguntas? Para decirle una cosa, cuando le escriba. Caridad volvió á su balcón y, tirándole un beso á la luna, añadió: Toma, luna, para que se lo des á mi Chacho mañana cuando lo veas. Dichosa tú que lo verás, qui- zás dormido en el campamento! Toma otro beso! y otro! y mira queson para mi Chacho, que se los des á él; no selos vayas á dar á otro soldado 6 á un indio, que da asco de los indios y miedo de los soldados; pero de mi hermano no; sabes? Que se los des á él y le digas que son mios, y que yo se los mando. Aquella noche volvió Caridad á soñar con su her- mano, y lo vió herido, prisionero, atados los brazos atrás, y con grillos en los piés, cual si fuera un criminal. Vió también á un religioso de San Francisco que con mucha caridad, le curaba las heridas, le quitaba los gri-
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