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DE PADUA 131 y le dijo: ¿Querrás tú abandonarme por toda una eter- nidad? —Ciertamente que no; y si esta es la causa porque andas haciendo oraciones y yendo á la Iglesia, ya pue- des cesar de eso. —Pero, si no encuentras lo que perdiste, tendremos que separarnos un día para siempre. —Pues dime, ¿qué es lo que yo he perdido? —La fe, la fe de tu madre; y yo no puedo sufrir el separarme de ti. Mas ¡ay! aún puedes encontrarla. Y la pobre mujer se echó á llorar, y el marido se salió de la habitación. Durante la noche, la esposa, que estaba en oración, ' le sintió andar inquieto de una parte á otra, repitiendo: ¡Fe... la fe de mi madre, de mi esposa y de mi hija!... A la mañana siguiente entró en silencio en la habi- | tación de su esposa, y como movido por un pensamien- to repentino exclamó: ¿Celebras hoy alguna fiesta? —Sí; la fiesta de San Antonio de Padua. —¡Ah! ¿el Santito que está en aquel nicho? ¡Bien, bien! todas las gracias sean dadas 4 San Antonio! La esposa le miró con ansia, pero antes que ella co- menzase á hablar, exclamó el marido: Sí; ya está encon- trado; ya he encontrado lo que había perdido; y en agradecimiento debemos á tu Santito una hermosa vela de cera; vamos y ofrezcámosla... Pocos minutos después el portero de un convento de Franciscanos avisaba á un Padre que fuese á confesar al oficial que había recobrado su perdida fe.» Si tú, lector querido, eres tan desgraciado que ten- gas en tu familia alguna persona amada que haya per-
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