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130 SAN ANTONIO perdió. En este momento se abrió la puerta, y el oficial, que lo había oido todo y se había preguntado á sí mis- mo lo que podría significar aquello, entró repentina- mente y preguntó: —¿Qué es lo que he perdido yo? Sin duda que se le habrá extraviado alguna cosa á mi mujer; pero ¿á quién se le ocurre ir á preguntar por ella á aquella estátua? Después de todo, ¿qué me importa eso? pero, ¡ella estan buena! Ya le diré que no se aflija, porque si hubiese per- dido alguna cosa de importancia ya la habría echado de menos. Esto dijo el oficial, mientras se preparaba para salir á dar una vuelta por el campo. Una sonrisa de satisfac- ción se apoderó del rostro de su esposa, cuando miran- do á San Antonio vió que su marido se despedía ya para salir; pero se le mudó el color cuando él añadió: Dime ¿he perdido yo alguna cosa? —¿Por qué lo preguntas? dijo ella. —Porque he oido á la niña... respondió él; y sin de- cir más, se comenzó á preguntar á sí mismo ¿Qué he per- dido yo? Así, pasaron quince días. La tarde del 12 de Junio, madre é hija estaban juntas en la habitación, y la niña no cesaba de repetir su sencilla oración delante de San Antonio, cuando repentinamente entra el padre y pro- rrumpe en estas palabras: Pero dime, ¿qué es lo que he perdido? Una semana entera he estado examinándome y no puedo caer en la cuenta. Mejor fuera que me lo hubieses dicho, y conocería yo si vale, ó no, la pena de que la niñase esté molestando y cansando por causa de ella. La señora fijó con serenidad los ojos en su marido,

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