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126 LA HUÉERFANA rigor dulce y compasión santa cuidan de las almas que en aquellas cárceles se purifican, y al aparecer María en medio de aquellos venturosos cautivos se suspendió por un momento la intensidad de sus penas y el dolor de sus tormentos. Un ángel de los que guardan aquellas entenebreci- das mansiones mostró á la Inmaculada las dos almas objeto de su venida, á las cuales miró sonriendo la Vir- gen Madre, y ála luz de aquella mirada fuéronse tor- nando poco á poco radiantes y luminosas en medio de otras almas que la rodeaban: una aureola de gloria se formó alrededor de sus frentes y sintieron que les na- cían alas de ángeles para volar al Cielo. Alas, aureola y luz todo lo debían á las plegarias de una hija que por ellas rogaba en el mundo; todo lo debían á la oración, á quien Dios ha concedido las celestiales prerogativas de poder aliviar desde la tierra á los que son atormentados en las lóbregas moradas del Purgatorio. Así lo com- prendieron aquellas dichosas almas, y dirigieron á su hija una mirada de gratitud y una sonrisa cariñosa. Inmóvil como estátua de mármol estaba aún la pia- dosa Aurelia, y aunque percibió las caricias que desde allá sus padres le prodigaban, no pudo corresponder á ellas más que con otra alegre sonrisa. De seguida vió que la nube envolvía otra vez á la Reina del Cielo con su luciente corte, y apenas entonaron las Vírgenes su himno triunfal á la Madre de Dios, la nube comenzó á subir con la velocidad del relámpago. Mientras se perdía de vista en los espacios del fir- mamento, Aurelia se despedía de sus padres y éstos de ella, con el lenguaje misterioso y desconocido que usan
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