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122 LA HUÉERFANA : un alivio á la honda pena que le desgarraba el corazón? ¿Qué habrá sido de aquellos seres idolatrados? ¿Dónde estarán sus almas? ¿Qué podría hacer por ellos, ya que el terror dominante la privó de honrar sus difuntos cuerpos? Esto pensaba consigo mismo Aurelia, cuando cru- zÓ por su mente un rayo de luz que parecía el emble- ma del dolor mitigado por la esperanza. ¡Tengo otra Madre en el Cielo! Tengo otro Padre -entre los: esplen- dores de la gloria, Padre que me dió el sér, valiéndose como de instrumento, de los que ahora lloro. Y El, que cuida de las avecillas del campo, ¿se olvidará de mí? El, que oyó las súplicas de la viuda de Naín, ¿no escu- chará las plegarias de una huérfana desolada? ¡Oh Reli- gión consoladora! ¡Religión santa! ¡desventurado el mortal que no conoce y saborea tus insondables miste- rios! ¡Dichoso mil veces el que se alimenta de tus salu- tíferas y consoladoras verdades! Dijo, y cubriendo su airoso talle con enlutado y lar- go manto, partió para la iglesia, como el ciervo herido y sediento que busca la fuente de refrigerantes aguas+ Postróse llorosa ante el altar de la Inmaculada, y con acento conmovido empezó á decir: ¡Madre! ¡Madre de mi alma! ¡Perdí en la tierra 4 quien le daba tan dulce nom- bre; y perdí con ella el padre que el sér me dió! Huér- fana y desvalida en este mundo borrascoso, ¿4 dónde iré? ¿Quién me consolará? Sime falta lo necesario para la vida, ¿4 quién acudiré? ¿quién me socorrerá? Si un im- pío persigue mi honestidad Ó quiere burlarse de mi ino- cencia, ¿quién me defenderá? ¿quién velará por mí, si no tengo padre en la tierra? Si un malvado pretende en-

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