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IR AL CIELO POR EQUIVOCACION 117 «El abate Barón era un misionero incansable, muy conocido del autor de esta verdadera historia. Una no- che de invierno que se hallaba en Douai, rezando en el Breviario, fué llamado para asistir á una buena mujer quese moría y le llamaba con urgencia. Acabar el re- zo, echarse encima el manteo y coger el paraguas, pues llovía á cántaros, fué cosa de un instante. Llega el buen misionero, penetra por un corredor oscuro en la casa, sin hallar: ni portero ni persona vi- viente; sube á todos los pisos, llama á todas las puertas, oye por toda respuesta algunas malas palabras y reco- ge algunos sofiones; cuando, al marcharse ya, descora- zonado y seguro de haber equivocado la puerta, se cru- za en la escalera con una niña que le dice que en tal nú- mero de tal corredor hay una mujer muy enferma, que vive con su marido. Corre nuestro misionero, busca la puerta y llama; un ciudadano de aspecto repugnante y cara enfurruña- da abre, da un paso atrás, y furioso al ver una sotana, pregunta qué es lo que quiere. El sacerdote, que había divisado al punto á la mu- jer enferma en su lecho, por la puerta á medio abrir, echó á andar sin hablar palabra: mas el intratable in- quilino le cierra el paso determinadamente y le ame- naza con echarle por la escalera abajo. — ¡Por amor de Dios! (grita entonces la enferma) señor cura, no se vaya usted! ¡Yo no quiero morir sin confesión! añade con voz angustiada. ¡Escena digna de Homero! El misionero planta la mano en el hombro de aquel salvaje, y con acento fir- me y resuelto le dice:
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