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MADRE MIA 115 El novicio cayó de rodillas ante aquella visión misteriosa; cruzó sus manos, elevó al cielo su mirada y oyó que una voz más suave que los conciertos celestia- les le decía: ¿Quiéres verme? ¡Pues aquí me tienes! De nuevo comenzaron á moverse las hojas de los arbustos, se oyó el ruido de las alas angélicas, disminu- yeron los resplandores y empezó á cerrarse la nube. Un momento después, niebla, gasa, luz, colores, todo desaparecía del horizonte y sólo se oía el lánguido y lejano eco de la música celeste que cantaba á la Madre de Dios la Salve Regina, Mater misericordiae! El novicio volvió 4 exclamar: ¡Quiero verte, Madre mía! y la misma voz de antes le contestó: ¿Quieres ver- me? Pues, imita mis virtudes y me verás eternamente. En esto el desapacible sonido de la matraca que to- caba el despertador por los claustros, despertó á nues- tro joven, que no sabía lo que le pasaba, ¡Qué lástima! ¡Fodo había sido un sueño! ¡No más que un sueño! pero de esos que siempre dejan en el alma gratos y durade- ros recuerdos. Levantóse presuroso y se dirigió la iglesia para sa- ludar á la Virgen María, y le pareció que los labios de la sagrada Imagen se movían diciéndole: ¿Quieres ver- me? Pues, imita mis virtudes y me verás eternamente. Desde entonces, siempre que mira á la Inmaculada, le parece sentir en el fondo de su alma esta pregunta: ¿Quieres verme? Y él contesta entusiasmado: ¡Quiero verte, Madre mía!

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