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ta hacia O te y exhaló n Sus] su plegaria fa Vorita: ¡(Quiero verte, Madre mí 14 Aún no había pron ido palabra, cuan- do vióvenir por l espacio una col 11 de espumosa niebla, cual si estuviera formada de tras matizada con los colores del arco iris. La suspendida del cielo cual preciosísimo told el convento y el jardín, donde se hallaba cual inmóvil y estupefacto cont mplaba aquel fenóme- no, dicier lo: ¡Quiero verte, Madr: mía! Resplandores vivísimos, que f m creciendo hasta deslumbrar su vist indaron la rta y el monaste- rio. Un perfume delicioso se difundió p r los aires, y Ñ sintió que las hojas de los arbustos comenzaron á mo- verse, no como cuando el viento las agita, sino trémulas y suaves como si de placer se estremecieran. Alrededor de la nube percibía un rumor semejante al que produ- cen las alas de los serafines cuando vuelan por el aire: y él ntretanto susp raba: ¡Quiero verie, Madre mía! 'epente se rasgala nube y apar ante sus ojos la Reina de la creación coronada de astrós resplande- cientes; la luna le servía de redestal, y bajo sus plantas Í ' ' Í yacía aplastada la cabeza de la infernal serpiente; irra- diaba su semblante luz divina y tenía clayados en el cielo sus azules ojos que reflejaban la dicha de un éxta- sis de amor: su túnica preciosa, tejida de lirios y. azuce- nas del paraíso, gra más blanca que la : ieve de los co- llados eternos, y su manto más celeste y hermoso que el azul del firmamento: nimbos de luz rodeaba su faz encantadora y espíritus angélicos le cantaban el himno de la pureza: ¡Tota pulchra es, María!
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