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¿QUIERO VERTE, MADRE MIA 113 plicantes como pidiéndole al Cielo bendiciones para la tierra; la rubia cabellera que en graciosas ondulaciones desciende sobre los hombros; aquellas manos cruzadas sobre el casto pecho en actitud arrobadora; el manto azul cayendo en elegantes pliegues sobre la blanca tú- nica; todo aquel conjunto maravilloso indicaba que la belleza pór él figurada había bajado del Cielo. Pero no todos los novicios veían lo mismo en aque- lla Imagen prodigiosa. Había uno cuya mirada de án- gel descubría más allá de la hermosura física, un no sé qué, que le dejaba embelesado cada vez que contempla- ba la imagen de María; y que siempre que se apartaba de ella, le hacía exclamar: ¡Quiero verte, Madre mía! Todos ellos hicieron a juella noche firmes propósi- tos de honrar á la Reina del Cielo cuanto pudieran; to- dos se prepararon con fervor después de Maitines pa- ra comenzar santamente el nuevo mes de Mayo; todos se despidieron afectuosamente de la Virgen, pidiéndole su bendición para irse á descansar; pero uno sólo fué el que la dijo: ¡Quiero verte, Madre mía! Un silencio sepulcral comenzó á reinar en los lar- gos dormitorios, pof los cuales parecía que se paseaba el ángel del sueño, llevando la calma y el descanso en el leve movimiento de sus alas; y nuestro novicio se durmió rezando el Bendita sea tu pureza. Algunas ho- ras después sintió como que le llamaban para que fuera aljardín/á coger un ramo de flores odoríferas para el altar de la Inmaculada. Cuando el obediente joven llegó al jardín, ya la aurora blanqueaba el horizonte y derramaba sobre las flores del vergel blancas perlas de rocío. Dirigió su vis- 5 | 5

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