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Y LA FLOR DE LA VIRGINIDAD 109 tadora y dejaba ver en el fondo de su cáliz una cosa pa- recida á las perlas del rocío. A veces la flor despedía de sí un aroma fragante, muy fragante; y entonces se veían en el mundo muchas almas enamoradas de la vir- ginidad. El arcángel, que sabía el destino de aquella flor plantada por élen el paraíso, esperaba impaciente el momento de trasladarla.á la tierra. Llegó el tan suspi- rado Mayo, y la flor*se abrió inundando el paraíso con su perfumante esencia. Jesucristo hizo una señal, y el arcángel cortó el tallo de la planta, para volverla al mundo. Un momento después tendió sus majestuosas alas, atravesó las celestes esferas que rebosaiban de júbilo, y vino á posarse en un rinconcito del mundo, en un pe- queño templo, donde unas jóvenes puras como el aro- ma que exhala el lirio de los valles, y hermosas como la aurora en naciente primavera, oraban arrodilladas. Eran niñas, y se estaban preparando para la sagrada comunión. Al verlas con sus trajes blancos como la nieve, cualquiera las hubiera tenido por hermanas de lornados de ese modo, cantaron aquellos ángeles que al en el establo de Belén: Gloria 4 Dios en las alturas y paz en la tierra al hombre. El mensajero celestial las miraba á todas, sin poder adivinar cuál sería la dichosa joven á quien venía en- viado. Entre tanto llegó la hora, y las doncellitas se acercaron á la divina mesa. El órgano dejó Oir sus acordes, acompañados por mil voces celestiales: las nu- bes de incienso se elevaban en densas espirales, como indicando á las oraciones de los fieles el camino del Cie-

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