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IS a — UN ALMA FEA No nos deje s un punto Que el alma pobrecilla, Cual frágil navecilla, Sin ti diera al través. —Cual frágil navecilla, sin ti di yo al través, repi- tió Flora llorando: y el coro proseguía: Venid y vamos todos, Con flores á María.... Flora no pudo resistir más, y dejó escapar un pro- fundo suspiro, musitando estas palabras: Con flores á María... ¿qué flores he de ofrecerle yo á mi ofendida Madre? Madre, madre de mi corazón! ¿qué flores he de darte, si he visto el jardín de mi alma marchito, seco, lleno de abrojos sin una rosa que ofrecerte? Y mientras lo decía, el sacerdote se incorporó en el púlpito, y leyó: «Flor para mañana: llorar las faltas pasadas y leer un libro bueno por espacio de quince minutos en honor. de la Virgen! —Lo prometo! dijo ella: lo prometo Madre mía! Ya que no tengo flores que ofrecerte, te ofreceré al menos el dolor de no tenerlas. Terminada la función, Flora se volvió á su casa so- la, como había venido. Aguardó que la familia se reco- giera, y luego se entró en su habitación, cerrando la puerta cuidadosamente. Buscó uno de aquellos libros olvidados que había usado en su tierna edad, y que en mala hora trocó por la novela seductora. Lo halló, y para leerlo tuvo que limpiarle el polvo. Hacía mucho tiempo que no leía en él, y ahora lo tomaba para hacer un obsequio á la Virgen. Lo abre para empezar la lectura, cuando llena de pavor sintió á su lado la presencia de

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