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— gl —- que tu padre te procura. Yo me desvivo por pro- porcionarte uh porvenir dichoso, y tú por alejar de tí el brillante porvenir que yo te había proporciona- do. ¡Ingratal ¿Así correspondes al amor que te ten- go? ¿Así me pagas los desvelos que por tí me he to- mado? — Si usted supiera lo mucho que lo quiero, quizá no me diría eso, porque no hay en todo el mundo otra criatura á quien yo ame como á usted; pero... —¡Pero no me quieres dar gusto en nada, y quie- res acabar conmigo cuanto antes! —¿Y6, papá? —¡Tú, tá misma! ¿Por qué has rehusado tan gro- seramente la mano de José, que podía hacer tu feli- cidad, y la de toda la familia? —Porque Dios me llama al claustro, y quiero ser religiosa—contestó Inés sencillamente. —¡Necia! ¡insolente! ¡atrevida! —gritó Agustín medio desesperado.—¡Mala hijal vete de aquí y ten entendido que si no desistes de tu manía te daré de palos; y al decirlo, dió tan fuerte puñetazo en a me- sita donde Inés tenía sus labores que todo fué rodan- do por tierra. Agustín tomó la puerta y la pobre Inés, tapándose la cara con su blanco delantal, y opri- miéndose con las manos sus labios para que no se le escaparan los sollozos, se metió en su alcoba, y arro- dillada ante la imagen del Corazón de Jesús que allí tenía, dió rienda suelta á su llanto. ¡Ay de mí, Señor, —decía—ay de mí, que cada vez estoy más lejos de vos, Dios mío! Yo desprecio las vanidades del mundo, y ellas me persiguen sin

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