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¿ i e E - 84 — balancea una rosa sobre el tallo que la sostiene; y su frente espaciosa, tersa y blanca, medio cubierta con el velo de las vírgenes, parecía el trono donde la pu- reza reina sin contrarios que la persigan. José, sin mirarla todavía, y extrañando su silen- cio, volvió á interrogarla: ¿Qué me dice V.? Esta dió un suspiro, y como si volviera de un éxtasis delicioso, exclamó con la esposa de los can- tares: Mi Amado para mí y yo para mi Amado, José levantó los ojos y vió que los de Inés tenían aquella inocencia de paloma que dice el poeta sagra- do, y que su mirada estaba fija más allá de los obje- tos que la rodeaban, en uno, visible solo para ella, y que sin duda alguna le había robado el corazón; y al verla así sintió en su alma una respetuosa emocion. Perdóneme V., Inés, añadió,' si con mi franca decla- racion la he ofendido; y más si ella le ha traído á la memoria otro amante más dichoso que yo. —Sí; el que hirió mi corazón y en él grabó su sello, para que no pueda yo admitir otro amante más que él, respondió Inés. —Luego renunciais á ser la condesa de Valde- lirios? —Toda la gloria del mundo con sus grandezas y pompas vanas, las he despreciado por amor de aquel á quien adoro, en quien espero, á quien amo y á quien quiero con toda el alma. —Es decir, Inés, que he llegado tarde; que ya teneis otro amante? “S, ya estoy prometida á otro de cuya belle- A A
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