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o BL + cónico ran su turbación á la candorosa Inés. Hizo un esfuer+ zo sobrehumano para acercarse y adelantó unos pa= | sos hacia ella; pero pronto retrocedió ruborizado, | porque le pareció un crimen turbar la paz de la ino=* cencia, declarando el pensamiento que en su pecho abrigaba. Por fin se acercó con trémulos pasos y diri | jio á las dos amigas esta melodiosa pregunta: ¿Qué | hacen las palomitas de María? —Un ramo para nuestra Madre; contestó Inés, ! —Bien quisiera yo tener parte en el mérito de esta obra, y supongo que V. no despreciará la flor que yo le ofrezca. —Nó, de ningún modo: que yo también tendré” sumo gusto en presentar á María las rosas de un hijo suyo. | —Dichoso me juzgo hoy porque mis flores serán ofrecidas á la Virgen por manos de V.; pero aún sezH ría más dichoso sí... sí... —Si se las ofreciera Concepción, que es más bue- y: na que yo, le interrumpió Inés que ni siquiera sos- pechaba las intenciones de José. Este se vió cortado cuando estaba á punto de hacer su declaración, y el $ rubor tiñó de carmín sus blancas mejillas. Concep- 1 ción que oyó la alabanza de su amiga, herida en su humildad trató de disimular como si nada oyera, y cantando por lo bajo se retiró hacia el rincón de las dalias donde se puso á cortar las que necesitaba para AO el ramo. Viendo tan bella ocasión, hizo José el último es- fuerzo, y sin atreverse á mirar á Inés por el respeto que ésta le infundía, teniendo sus ojos fijos en el ra-

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