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— 80 — que nadie á pasar aquella temporada en compañía de su amiga. El único que recelaba ir era José, porque le habían contado tantas cosas de Inés, que como amante apasionado llegó á sospechar si algún pícaro sacristán la habría engañado con sus apariencias mís- ticas para meterla en un convento; y despechado con este pensamiento, interiormente llamaba á Inés sin pensarlo tonta, necia, ingrata y escéntrica, pero cuando lo notaba, volvía sobre sí, reprendíase con viveza, y la adoraba de nuevo como al ángel de sus sueños y á la compañera de su vida. Fluctuando pues, entre el temor y la esperanza tuvo que marchar con todos; pero dispuesto á ser muy reservado hasta que observára y espiara “con toda diligencia á Inés, 4 ver si sorprendía en ella algún síntoma 6 señal de lo que temía. Apenas llevaba en la quinta cuatro días, cuando las virtudes de Inés le llamaron la atención sobremanera. Su espíritu observador escudriñaba con atención todas las acciones de Inés, sus móviles y sus fines más ocultos, y al descubrir en ella cada día más subidos quilates de virtud, se avergonzaba de haber formado tan bajo concepto de ella. Inés con su eleva- ción de pensamiento, su nobleza de alma, su hermo- sura incomparable y su honestidad sin tacha, le pa- reció una mujer superior á todas, con una superiori- dad tanto mayor, cuanto que ella misma parecía ig- norar su propio mérito, á pesar de verse reverencia- da de todos. Estas eminentes cualidades de la hija de Agustín robaron por completo el corazón de José, el cual tenía que hacer grandes violencias para ocultar el fuego que en él ardía. Como era bien nacido y

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