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ys — gonzados no se atrevieron á ir, hasta que ella les en- señó el dulce que llevaba. Luego comenzó á desocu- par las dos cestas, y al ver los chiquillos una de ellas, llena de nueces y castañas comenzaron á dar saltos, tocando al son de ruidosas palmadas: Esta noche es noche buena.... Inés sentóse luego un rato á la cabecera del en- fermo, le habló de la conformidad con la voluntad de Dios en los trabajos que nos envía, le consoló y le dejó más aliviado con su visita que si hubiera toma- do el más eficaz confortativo. Al desp: dirse le dijo el buen anciano: Señorita Inés, con qué pagaremos á usted tan inmerecidos favores? Y ella le contestó: Con rogar 4 Dios por mí, y por los bienhechores que me han dado esa limosnita. Cuando llegaron á-casa, estaba ya reunida la ter tulia para pedir cuenta á Inés de lau inversión de la colecta. Fernandín con su media lengua fué el que la dió, contando lo que aquella señora lloraba y los abrazos que dió á Inés: la condesita no hacía más que elogiar los rasgos heróicos de la caridad de su ami- ga; y doña Fernanda con la voz embargada por la emoción y llena de la más dulce satisfacción dijo á Inés estrechándola entre sus brazos: Hija mía, Dios ha premiado tu sacrificio. Prosigue así, Inés de mi alma; procura ser siempre la guía de tus hermanos y el consuelo de los pobres; y no dudes, que Dios te concederá algún día las peticiones de tu corazón. La alegría que rebosaba en el corazón de Inés bastaba para recompensa de su buena obra; pero Dios que ha prometido dar el ciento por uno en esta vida
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