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- —-Bueno, renuncio el tambor, —decía el chico,— 4 : ; | pero me dajarás tocarlo encima de la mesa. | —Pues yo, no renuncio á mi reloj, —dijo la otra; — pero que me lo compre papá más barato, y ponga por mí lo que quiera. ' —;¡Canario! - interrumpió el magistrado—si todos ] " los ricos fuéramos como esta chica, desaparecería el Y pauperismo antes de año nuevo, y estaba resuelta la tremenda cuestión social que en vano tratan de re- — + Ha solyer los gobiernos de Europa. ¿No te parece, lector querido, que el buen magis- trado tenía razón? ¿No es ciérto que la llamada cues- ¡ tión social no tiene otra solución posible, que la de la caridad cristiana? Si los altos funcionarios del es- tado liberal, que nada tienen de liberales y dadivo- sos, renunciaran en bien de los pobres, alguna que otra vez, sus pagas exhorbitantes, y sus trenes lujo- sísimos, y sus banquetes escandalosos, y otras cosas por el estilo, ¡cuánto podrían aliviarse los tributos y contribuciones, y cuántos pobres saldrían de su mí- 5 sera situación! Mas, ¡quién pide un acto de liberali- dad á los que se llaman liberales por un contra sen- tido? Pero en fin, dejémonos de digresiones y vamos á nuestro asunto. Inés recolectó aquella noche unos diez duros pa- ra. sus pobres; su padre además le dió permiso para que de las provisiones de casa llevara á sus socorri- dos la cantidad que quisiera de aceite, pasas, carne, Arroz, pan, etc., etc. Y se convino en que ella y Con- cepción acompañadas de Fernandito, habían de ir 4 á entregar aquella limosna la víspera de Navidad; Ds
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