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las flores, como el águila entre las aves, como el sol entre los astros. Ese amor le animaba en el estudio, le fortalecía en sus trabajos, y también recibía su re- compensa durante las Vacaciones, purs solía pasar al8unos días de éstas en la quinta de Agustín. Esto, no obstante, jamás habló José de sus amo- res con nadie, ni siquiera se atrevió á decir nunca á Inés que la amaba. ¿Qué necesidad — decía entre sí— qué necesidad tengo yo de de cirle una cosa que ella sabe y que ella ve? ¿No se lo están diciendo mis mo- dales y las atenciones que le guardo? ¿No se lo están diciendo á cada paso la mirada de mis ojos? ¿No lo e ella en la sonrisa de mis labios y en el gozo de mi semblante, cuando me habla? ¿Pues para qué le he de hacer tal declaración? Tan natural es que yo la ame, como que el fuego queme, como que el sol alumbre como que los árboles den flores, y como que esas flores exhalen grato aroma. ¿Y para qué preguntarle que si me corresponde? Eso es indudable, eso es tan claro como la luz del mediodía, tan fijo como el cur- so de los planetas; pues aunque las distancias nos hayan separado, siempre su alma y mi alma han es- tadojuntas y unidas por las mismas ideas, los mismos sentimientos-y la misma aspiración. Yo nací para ella y ella para mí, como los ojos se .hicieron para er la luz y la luz para alumbrar los ojos; y un mu- tuo y santo amor nos tendrá unidos siempre en esta vida y en la otra. Así pensaba José consigo mismo. Cuál no sería, pues su sorpresa al oir decir el último dia de vacacio- nes, cuando ya nq tenía tiempo de averiguarlo, que
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