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e PA sus instrumentos á cuestas, y todo género de muñe- Cas y muñecos de los mejores que se compraban en la feria. Inés nunca tuvo á José más que esa inclinación natural que tienen todos los niños á jugar con otros niños; pero de José contaba su madre que siempre estaba hablando de Inés, que todo lo hacía pensando en ella, que se disgustaba con Jacinto y reñía 4 Con- cepción cuando éstos no daban gusto á Inés, y, en fin, que para verlo obedecer con presteza, no tenía más que decirle que le privaría de jugar con ella ó le diría que era muy malo. Este amor tierno y apasionado arraigó profunda- mente en el corazón de José y fué creciendo con los años. Cuando niño inventaba juegos y travesuras para agradarle y entretenerla á su lado: cuando ma- yorcito, se aplicaba con esmero al estudio para me- recer algunos premios que regalarle; y cuando ya joven quería sobresalir entre sus compañeros y so-_ ñaba notas y triunfos no imaginados, con que gran- jearse la estimación de Inés. Aquel amor casto y pro- fundo que le tuyo siempre, preservó á él y le libró de muchos peligros, fomentó en su corazón la pie- dad y la pureza; y le obligó á ser un joven ejemplar. Tenía aquella pasión algo de religioso respeto, algo de santa veneración que hacía á José capaz de la mayor abnegación y de los mayores sacrificios para labrar la felicidad y la dicha de aquella mujer, que había llegado á ser, sin pensarlo ni quererlo ella, el ídolo de su corazón. En fin, el amor de José era uno de esos amores puros y santos que descuellan sobre el vulgo de los amores mundanos como la rosa entre +
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