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ale 54 un me ser religiosa, y le prometo que la enfermedad se vá; pero mire V., papá, que el voto ha de hacerlo antes del día de la Asunción de la Virgen; después no lo admitirá el Señor. Ella debió saber esto por revelación divina, porque se cumplió á la letra. El día quince hará un año, que el médico dijo terminantemente que Matilde se moría. Yo creí que su padre se volvía loco. Todo era ir y venir á la cama de su hija, mirándola azorado, hasta que ellz, con amarga sonrisa le dijo una vez contestando á sus preguntas: Sí, papá, me muero, porque no quiso Ys- ted dejarme ser esposa de Cristo en la tierra, el Es- poso divino me llama al cielo, á celebrar las bodas en ausencia de mi padre. Colgado de la percha verá V. ya el traje que me adornaba, desierta la habitación donde he morado, y vacía esta cama donde voy á morir. Estos objetos serán tres acusadores perma- nentes que le estarán diciendo siempre al oído: ace- leraste la muerte de tu hija! ¡'u obstinación obligó al Señor á llamarla para sí á pesar tuyo! Tales fueron las últimas palabras de Matilde: su padre cayó al suelo sin sentido antes que ella acaba- ra de pronunciarlas, y no recobró el uso de sus fa- cultades hasta después de veinticuatro horas. Cuan- do volvió en sí vió vacía la cama y desierto el apo- sento de Matilde: un féretro cubierto de raso blanco y colocado en medio de la sala, contenía el cadáver de mi amiga, hermoso y sonriente, cual si estuviera viva: una corona de flores ornaba sus blancas sienes, y en su mano derecha empuñaba una palma cuajada de azucenas, símbolo de la virginidad. El padre se

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