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que los dos lo fueron. Ella echa las cargas á él, y él á ella, y así andan siempre riñendo. -Pues, para que á mí no me pase eso—exclamó doña Fernanda algún tanto conmovida yo declaro terminantemente que no quiero causar la . desgracia de mis hijos; si alguna quiere ser religiosa, por mí no quedará. La relación de Flora había surtido efecto, Agus- tín miró á Inés, se acordó de lo ocurrido con ella por la mañana, y como si temiera que su hija le die- ratas amargas quejas que Emilia á su padre, dijo-á Flora: -Y o tampoco apruebo la conducta de us tíos; porque entre casar una hija á disgusto, Ó meterla en uñ convento, hay un término medio: dejarla en el seno de la familia siendo el pimpollo de la casa. ¡No! ¡no! repuso: Flora, que veía desvirtuado el efecto de la historia de Emilia—el mayor mal no fué casar á mi prima; el mayor mal fué impedirle 6 quitarle la vocación. Porque si no se hubiera casado, quizá le hubiera pasado como á Matilde Bermúdez. Ya sabe V. que murió en olor de santidad, porque era un Angel; en su'muerte estuvimos Teresa la de Cala y yO, porque la queríamos mucho: Pues bien, desde que su padre le negó la entrada en el convento empezó á desmejorar, como planta que deja de re- garse, y á poco, cogió la enfermedad de que murió. Un día en que su padre le hablaba delante de noso- tras, le indicó la pena que tenía de verla padecer, y que daría no sé cuanto por verla buena. Si quiere us- ted verme sana, le contestó ella, haga: voto de dejar-
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