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— $—= un dad de sus padres, haciéndolos más desgraciados que á Emilia. Desde que se casó ella, no viven en paz mis tíos. La otra noche fuí á su casa (1) y estaban descon- solados y llorosos. Les pregunté la capsa, y me die- ron á leer una carta de mi prima en que se quejaba de su mala suerte; refería las amarguras que pasaba y echaba á sus padres la culpa de todo, por no ha- berla dejado entrar en el convento, cuando ella lo pretendió. Y la carta terminaba con esta tristísima exclamación; «¡Dios no os tome en cuenta la desdicha que ha- béis echado sobre vuestra hija! No parece sino que me disteis la vida del cuerpo, para quitarme la del alma, haciéndome infeliz! Habéis preferido que fuera esclava del mundo, antes que esposa de Cristo y rei- na del cielo; y perdí mi reino... y soy esclava... es- clava con las duras cadenas que me labraron uste- des. Que Dios os perdone como os perdona vuestra desventurada... EMILIA.> Al leer yo la última palabra de la carta, me eché á llorar: mis tíes no podían contener la desespera- ción que bullía en sus pechos, y uno empezó á culpar al otro de la desgracia de Emilia. Ninguno quería ser el causante de lá desdicha de su hija, y la verdad es (1) Histórico.
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