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£ mas acudió á sus ojos; - pero aquella lluvia no pudo serenar la atmófera en que la pobre Inés se ahogaba sin poder respirar. ¿Quién podría decir lo que sufrió el corazón de Inés, durante aquella mañana? Lloraba la pobrecilla con el mismo desconsuelo con que se llora la memo- ría de un bien perdido; con la misma pena con que llora un huérfano, cuando despierta de un sueño de- licioso al rumor de los besos que su madre le daba, y al abrir los ojos á la luz, ve disiparse su ilusión, ha- ¡lando por doquiera el negro luto y la desgarradora tristeza de que se ha vestido la casa con la muérte de su madre. Mientras se limpiaba las lágrimas le ocurrió un pensamiento luminoso que vino á desterrar las tinie- blas de su alma; ó mejor dicho, sintió en el fondo de su corazón como que le decían estas palabras del Evangelio, que había meditado la noche antes: Pedid y recibireis, llamad y os abrirán, buscad y encontra- reis. Aquella voz interior le causó tal consuelo en su alma, que llena de valor y de una santa confianza empezó á recitar estos versos de Fray Luís de Leon en la traduccion de los salmos: Yo espero firmemente, Señor, que meshe de ver en algún día A tus bienes presente, En tierra de alegría, De paz, de vida y dulce compañía. Guíame de continuo, Señor, por el camino verdadero
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