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= 47 — aquel día tan hermoso le trajo á la memoria esos días esplendorosos del otoño, en que el cielo de puro des- LoS ' ' 13 É pelado parece un manto azu!, en que el so! briia, produciendo un calor impropio de la estación, y que 1 Ñ por lo propio pica, anunciando para el día siguiente espesas nieblas Ó un cambio brusco de temperatura. Por desgracia el corazón de Inés era demasiado fiel, cuando le anunciaba contratiempos, y esta vez tam- poco le engañó. Pasó-la noche inquieta, pensando en una celda que nunca había visto, y por la mañana muy tem- prano buscó pretexto para entrar en la habitación de su padre y ver de qué talante lo encontraba. Agustín se había levantado malhumorado aquella mañana, y apenas la vió entrar le preguntó friamente: ¿qué traes? —Venía á ver cómo había pasado usted la nochc y á darle gracias por... lo de ayer, —Véte de aquí, Inés! vete y no seas tonta—la interrumpió el padre medio indignado sin dejarla proseguir—¡vete! que no te dejo ser monja, aunque me lo pidan frailes descalzos; y ni tú, ni Flora, ni na- die me vuelva á hablar más de eso. Y tomando el sombrero que tenía sobre la mesa, arrugó el entrecejo y pasó por delante de su hija, que mudó en un momento todos los colores del arco iris. A su rostro salió.ese encarnado que unas veces es hijo del pudor santo y otras del dolor del alma; y á poco la pena lo trocó en pálido, la esperanza en ver- de, y el desconsuelo en obscuro, como el fondo de una nube en días de truenos. Copiosa lluvia de lágri-
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