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SÓ lic A RR que los padres se lo puedan impedir; pues si nosotras queremos formar parte de una familia celestial, uni- da con los estrechísimos y dulces lazos del espíritu, ¿por qué se nos ha de estorbar? Mire usted, Agustín: Inés ha de acabar por casarse Ó hacerse religiosa, y en ambos casos ha de salir de casa, y separarse de usted; pues si ella cree ser desgraciada en el matri- monio y dichosa en el claustro, al que se siente tan inclinada, ¿por qué se lo ha de impedir? ¿por qué no ha de contribuir usted á labrar la felicidad temporal y eterna de su hija? -¡Y o! ¡yo! respondía Agustín entrecortado -yo no se lo impido: me da pena que se vaya; pero si se empeña, marchad las dos al convento con una carre- tada de santos! Flora soltó la carcajada en señal de triunfo, Inés sonrió con su habitual dulzura, y fué á pagarle á su padre el buen rato que acababá de darle, besándole la mano; y Agustín que gozaba viendo gozar á su hija, la desvió de sí blandamente diciendo: ¡Hala! ¡Al con- vento! allí es donde deben estar encerradas las ma= las beatas como ustedes. ó —Verá usted que buenas somos desde hoy en adelante, contestaban las dos alejándose satisfechas de su victoria. Fácilmente adivinará el lector lo que pasaría en- tre las dos amigas el resto de la tarde; los plácemes que se darían, y los proyectos que estarían ideando para el día de su triunfo definitivo. Sin embargo Inés no las tenía todas consigo: aquella calma tan apaci- ble le parecía á ella presagio de cercana tempestad;

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