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» 39 sus torcidas sendas, se mostraba intolerante con ellas; como se muestra siempre con toda persona verdaderamente devota. Porque s despret 1á los ] e eran £ño ¡ os hombr« es ex ue fueran ángs dé cielo; y porque aspiraban á la perfección cris mundo no podía tolerarles ni y rdonarles ningún de- fecto, como si los defectos fueran inseparables de la mísera condición humana! Ni la piadosa Inés, con ser la que era, pudo escapar libre de la mordacidad del ! [ Ñ mundo; pero ella se gozaba en su desprecio, recor- dando aquella sentencia de Jeucristo: No ha de ser el discípulo más que su maestro, ni el siervo más que su Señor: si á mí me despreciaron, no habeis de tanto con vosotros. extrañar que hagan otro Grandes cosas que consultar debió Inés de llevar al Loreto, porque en los días que estuvo en él pasó largos ratos en el contesonario, del cual salía siempre diciendo entre dientes: «Dios llevará á cabo la obra que ha -comenzado en mi corazón: El lo .quiere, y será; pero yo debo procurarlo, insistiendo con mi pa- dre, hasta conseguir su permiso. Estas palabras se referían seguramente al asunto de su vocación, pues no era Otro el que ella consultaba con tanta escrupu- losidad. La familia de Agustín estuvo hospedada en casa de Flora, durante los días de jubileo, y la tierna Inés aprovechó aquellos días para desahogarse con su amiga del alma, como ella la llamaba. Flora que par- ticipaba de los mismos sentimientos y de los mismos deseos que Inés, se compadeció mucho de ésta y le ofreció trabajar por su causa, Para hacerlo. mejor,

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