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e 34 pd Sí; ellos son la alegría de la casa, nuestro con- suelo, y el bículo de nuestra vejez. Pero, sobre todos, esa Inés, si los ángeles to- maran alguna vez forma humana, yo creo que esco- gerían la de ella. ¡Oh! ella cerrará mis ojos; nunca consentiré que se aparte de mi lado. —Eso sería causarle una muerte prematura ó ha- cerla infeliz para toda su vida. Pues qué; ¿tú crees que Inés será religiosa? Sí, que lo creo. ¿Y en qué te fundas? —En que Dios la quiere para sí; Dios la llama claramente, y nosotros no debemos oponernos á la voluntad divina. —¿Cómo? ¿Y consentirás que se aparte de tu lado? —Lo veré con pena; pero me conformaré, si Dios lo quiere. ¿Cuánto mejor estará ella en un Convento rogando por sus padres, que no en un palacio, en poder de... no sabemos quién... que la- hará víctima de sus caprichos? Lo que toca esa joya no es digno ningún hombre de poseerla: solo á Dios le entregaría yo de buena gana.esa hija mía, aunque.me costara el hacerlo torrentes de lágrimas. Porque si de todos me- dos, casada Ó monja, se ha de separar de nosotros, ¿cuanto más vale dejarla en el claustro, llevando una vida angelical, que no sujeta al arbitrio. de un hom- bre? Sí; todo eso es verdad, pero yo no puedo re- solverme á decirle que sí. ¡Es tan joven todavía! —Pues al menos no la hagas padecer tanto; dale

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