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y 7 mis ganados y fructificar mis campos; veo las cañas del trigo inclinadas al suelo con el peso de las espi- gas, los olivos cargados de aceitunas y las viñas pro- metiendo abundante cosecha; veo á mi Jacinto mos trarse digno de una dicha mayor que la mía, y ahora, al llegar á casa, donde me espera para cenar una es- posa amada, me encuentro con mi Inés, con el ángel de mi casa, con... jay! con un ángel del cielo, envia- do por tí á mi hogar para hacer la felicidad de mi familia. ¡Oh, Dios mío! no me prives de mi dicha! ¡No me castigues, si deliro por mi Inés! Aquí se detuvo para saludar á su hija que se le acercaba, y en cuya frente depositó un tierno beso. Inés, le dijo d spués, ¿no te parece que tene- mos sobrados motivos para bendecir á Dios? ¿Habría en España una familia que no envidiara nuestra di- cha, si la conociera? ¡Ay papá! En el mundo no hay dicha cumpli- da; siempre falta algo para ser una feliz. ¿Qué te falta, Inés? Dímelo pronto y lo tendrás en la mano, aunque sea un brazalete de oro, Ó una corona de perlas. No necesito tanto, padre mío; me contento con una corona de flores sobre mi toca blanca, después de haberme consagrado á Dios en el convento. ¿Qué dices, Inés? ¡Tú siempre á la tuya! El convento que á tí te conviene es un palacio, y tu co- rona ha de ser una corona condal. ¿No sabes que el ES conde de Y aldelirios...? No, papi— interrumpió Inés sin dejarle pro- seguir si V. me ama, si desea mi felicidad, me ha

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