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— 208— los hubiera visto, creería que se habíanrenovado aquellos tiempos venturosos en 'gúe San Francisco y Santa Clara oraban en un mismo altar, 6 aquellos días memorables en que San, Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús-caminaban juntos. por las. ciudades de España. Los «Amantes de la virginidad» oraban juntos por última vez: él con el rostro encendido; ella ab sorta y como extasiada. Llegó á tanto: su profundo recogimiento, que no sintió la salida de José, y cuan- do después de dos horás volvió en sí y lo buscó con la vista, él se hallaba ya en el vapor que había de alejarlo para' siempre de la tierra que le vió nacer. Una hora más tarde ' la soberbia nave zarpaba con rumbo hacia Manila. El P..José, pues así' debemos llamarle, contemplaba desde la popa las alturas del Montjuit, y cuando las perdió de vista despidióse para siempre.de su amada patria. ' Cruzando mares embravecidos, golfos y estrechos peligrosos, íbase intérnando el yapor por, las costas africanas, y después por las de Asia, y luego por los dilatados mares de Oceanía. Llegó, por fin,:4 Mani- la, y allí embarcóse de nuevo el P. José con direc- ción á las islas Carolinas, y se estableció en el archi- piélago de Trufc, célebre par la ferocidad de sus ha- bitantes. Echó en aquellas remotas islas los funda- mentos de su misión, llevando. una vida verdade- ramente apostólica. Convirtió en poco tiempo la tribu de matadones, y de ella hizo una cristiandad floreciente. d No contento con esto, abaridonó una tarde la mi-
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