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— 199 uo to antes aquel »margo cáliz y desahogar con el llan- to su cora se oprimido por el peso de j dolor. En es- to pensaba el buen. hombre; fumando con los cir- cunstantes, cuando llegó una criada loriqueando, diciéndole que la señorita deseaba hablarle antes que saliera de casa, y le rogaba que fuera á sus ha- bitaciones, donde le estaban esperando. Agustín se puso en camino y se volvió otras dos veces antes de llegar, temiendo que el corazón. se le partiera de pena. Cuando llegó á la puerta se adelan- tó su esposa, diciéndole: -Ha legado la hora del sacrificio, y €s preciso que np neguemos 4 nuestra hija el último consuelo que nos pide. ¿Y qué, quieres ahora? preguntó á Inés sin atreverse á mirarla por no romper el llanto, —Papá, que me permita usted abrazarlo por úl- vez. Wa sollozo se escapó del pecho de Agustín, y su hija se arrojó sobre su c uello, exclamando en el tono más alto del amor filial: -¡Padre de mi'alma! Mucho le debo por la bue- na educación que me ha dado, por la licencia que me da de irme religiosa, y sobre todo por el grande é inmefecido amor que usted me profesa. Una cosa le pido: que ame usted 4 Dios desde hoy.como ha ama- do, á esta indigna hija suya: á El: traslado todos los derechos que tengo, al amor de usted. —¡Inés!—le contestó el padre.—Inés ¿y no te veré más atravesandó estos salones con ese aire mo- desto que te envidian hasta lós ángeles? ¡Rosa encan-
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