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19 este pensamiento fué la ilusión de toda su vida. Por otra parte esa ilusión no carecía de fundamento, por- que el condesito de Valdelirios parecía estar prenda- do de Inés. Ella, no obstante, pensaba de otro modo, y por dicha suya el último año que pasó en el convento hizo los ejercicios espirituales de San Ignacio'en com- pañía de su tía; y en ellos conoció claramente que Dios la llamaba para sí. La vida del mundo que apenas había gustado en los meses de veraneo, le daba miedo, -le horrorizaba, y todas las potencias de su alma la impulsaban hacia Dios con dulce violen- cia. No sabía los designios de su padre; pero le pa- recía que había de oponerse enérgicamente á su re- solución. Ir á su casa le espantaba, porque era po- nerse en las garras del mundo que procuraba rendirla y hacerla suya; y por eso escribió á su padre, notifi- cándole su resolución, para que no fuese más por ella, La contestación que recibió fué, ver entrar á la se- ñora Prudencia, el ama de llaves, que venía de parte de su padre áfsacarla del convento y llevársela, con el pretexto de que la viruela invadía la ciudad donde el convento radicaba, y él quería irse con toda su fa- milia á respirar el aire puro de las montañas á una de sus magníficas propiedades. Inés fué recibida en su casa con mucho entusias- mo y alborozo. Desde su padre, hasta la “última de sus criadas, todos se miraban en ella. Suele decirse que no hay quince abriles feos: y los de Inés no so- lamente no eran feos, sino que eran los más hermo sos que imaginarse pueda. Alta, esbelta, airosa y

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