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— 184 — los autores de mis días; Tú, Señor, mira con benig- nidad el afligido corazón de mi pobre madre, y acep- ta propicio el doloroso sacrificio que ella te hace; no porque sea yo digna de que tú me recibas, sino por el mucho amor con que ella te lo ofrece. Acéptalo, Señor, y descienda sobre ella tu bendición copiosa, para que sus días sean felices como los de Sara al la- do de Tobías, como los de Raquel al lado del patriar- ca Jacob; y cuando llegue su última hora, recíbela en el seno de tu misericordia, donde yo la vea el día en que desatada de los lazos de la carne vuele á unirme contigo en la eternidad venturosa.» Si doña Fernanda hubiera podido oir esta plega- ría, es muy probable que hubiera llorado de gozo en medio de su mucha pena y que le hubiera parecido poco todo cuanto había hecho y podía hacer por su hija. Pero no la oyó, porque al salir del aposento donde dejó á Tnés, se encontró con Agustín, que al verla llorosa, la acompañó á su cuarto preguntándo- le la causa de su llanto. Lo que hablaban allí los dos consortes, y en qué hubiera parado la conversación, si Inés no llega á tiempo, podrá colegirlo cada cual por lo que vamos á decir. Cuando nuestra joven terminó su oración, fuese en busca de su madre para consolarla, y encontró allí también á su padre á quien saludó de este modo: ¡Cuán agradecida le estoy, papá, desde que me dió usted anoche el permiso para irme á la tierra de pro- misión, que tal conceptúo para mí el convento! ¿Có- mo se lo pagaré? --Déjame y no me atormentes, ni me hables de eso
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