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sobre su corazón: desd “a le digo que no tendré más aspiracion: ue hacerme santa, y amar á Dios con toda mi alma. Y puesto que me que da poco tiem- po para darle pruebas de mi amor, y para honrarla como usted se merece, permítame que le bese la mano y le pida ahora p »rdón de todos los disgustos que en vida le hay: Inés se arrodilló, y doña Fernanda se dejá caer sobre su cuello, llorand« liciendo: —Hija de mis entrañas, encanto mío, consuelo de mi corazón, ¿qué ha de per lornarte una madre que se mira en tícomo en el espejo de su cara? ¡Hija mía luz de mis ojos, alegría de mi vida!... Media hora hubiera permanecido doña Fernanda abrazada con su hija, diciendole mil ternuras, á no haber sonado un ligero ruído en la habitación inme- diata, que la obligó á bajar la voz y á limpiarse las lágrimas, desprendiéndose de los brazos de Inés y levantándola del suelo. La madre, con la honda pena que puede suponerse, se retiró á su cuarto; y la hija volvió á caer de rodillas musitando esta ora- ción: A «Dios de mi corazón y autor de mi vida: Tú que me diste la existencia, cl yo merecerla no po- día; Tú que mi hiciste nacer una madre tan bue- na en un siglo tar rompi Pá que libraste mi alma del naufragio d Ipa, conservando mi pu- reza como el lirio en! ás espinas; Tú que arrancas- tes de mi cora lel mundo, “que ya co- menzaba á seducirme; Tú que me llamas para tí con tanta misericordia, mandán lome que me separe de Aba co meu

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