BCCPAM000535-2-16000000000000
O — 165 — que tenía de poderla llamar condesa de Valdetirios, frustrada ya esa esperanza con la determinación de José, le pareció que cedería fácilmente. No obstante se engañó nuestra joven, porque, si bien es verdad que aquel obstáculo había desaparecido, le salía al paso otro no menor que el primero. Viendo Agustín la solidísima virtud de su hija, su modestia angelical, sú humildad profunda, su amor al retiro, su docili- dad, su obediencia tan pronta como alegre, y sobre todo aquel desvelo por dar gusto á su padre y com- placerle en todo, apartando de él cuanto pudiera disgustarle y adivinando sus deseos para satisfacer- los sin que se lo mandaran; viendo todo eso, cobró á Inés un cariño tan profundo, un amor tan apasiona- do, que la adoraba, que deliraba por ella y se queda- ba lelo, cuando la oía hablar, Ó la veía esconderse por los rincones para no ser objeto de las alabanzas de todos. Este amor de que vamos hablando suele ser fu- nesto, tanto para los padres como para los hijos, por- que es un amor mal entendido, un amor ciego, un amor que tiene más de pagano que de cristiano, amor que ha privado de muchos santos á la Iglesia, de mu- chos héroes á los claustros, y de su felicidad tempo- ral y eterna á muchos hijos y á muchos padres; á és- tos por no haber dejado poner en práctica á sus hijos la voluntad divina, y á los hijos por no haber roto esos lazos de carne y sangre que les separaban de Dios, como si Dios no hubiera dicho que aquel que ama á sus padres Ó á sus hijos más que á El, no es digno de El. De este género era el amor de Agustín
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz