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— 158— Pero, ¿qué es eso?—preguntó él. —Nada, hijo, que á la condesa le ha cogido una alferecía y se está muriendo. —¡Mujer! Lo que oyes: acaba de tener carta en que José le dice que no lo espere más, porque se ha metido á fraile en Francia y no le dice dónde, para que no lo pueda encontrar. ¿Has visto qué locura? —¿Si estará loco? Y la pobre madre al leer la carta se ha desmaya- do y los médicos la están curando en este momento. —¡Qué diablura! —¡Si parece imposible tal cosa! Cuando la conversación llegó á estos términos, la casa de doña Fernanda estaba revuelta y todos cu- chicheaban y hacían comentarios, todos menos Inés, que encerrada en su oratorio daba gracias á Dios, porque había llamado al conde para sí de un modo tan maravilloso, librándola al mismo tiempo á ella del mayor impedimento que tenía para entrar reli- giosa. Doña Fernanda y Carmen se trasladaron inme- diatamente á casa de la condesa. Esta había recobra- do ya el uso de sus facultades; pero estaba inconso- lable. Sus amigas la animaban, la prodigaban mil con suelos, y le aseguraban que José volvería; mas, por desgracia, aquellas seguridades salieron falsas. La noticia corrió como un relámpago por la ciu- dad, y fué por unos cuantos días el objeto de todas las conversaciones; hasta la prensa diaria habló de ella. Pero donde tuvo más resonancia, fué en los círcu-
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